#Emoción

Los trucos del espasmo
Del que escribe al que lee no hay sólo un paso. La concatenación de efectos y sensaciones que intervienen en la asombrosa cadena de lectura es difícilmente calculable. Leer es revivir, es activarse. A partir de las palabras que otro escribe se produce una entrada al interior de uno mismo que alcanza cualidad de simulacro. En ese doble recorrido entre lo escrito y lo leído surge un acceso privilegiado a la conciencia humana que esconde valiosísimos trucos y secretos. La idea de que la literatura ofrece un extenso corpus de información acerca de la emoción humana subyace a los estudios interdisciplinares de investigadores como Margaret Freeman, Arthur M. Jacobs o Patrick C. Hogan, que relacionan conceptos y consideraciones neurobiológicas o psicológicas con el contenido emocional de la expresión literaria. No es casualidad que los estudios cognitivo-literarios se interesen por las respuestas afectivas del ritmo y la rima (Reuven Tsur) o el destacable desarrollo del análisis del discurso afectivo por parte de la semiótica (Jacques Fontanille & Algirdas Julien Greimas); algunos han procurado también sintetizar todo un panorama transversal filosófico, psicológico, neurobiológico y teórico-literario sobre las emociones y sus interrelaciones con otras artes (Jenefer Robinson), mientras que otros han subrayado aspectos concretos de la manifestación de las emociones en la literatura o el arte (Richard Wollheim). Las recientes propuestas de la fenomenología (Michel Collot) o de la estética cognitiva y la filosofía del lenguaje (Mark Johnson) son también ejemplo de cómo esta cuestión alcanza a un amplio arsenal de disciplinas a la vez que origina progresivamente una variedad de objetos específicos de estudio. Además de resultar indisociables de la lectura literaria, las emociones juegan un papel fundamental en la construcción del sujeto, de la comunidad en la que se desarrolla y, en un sentido amplio, en toda la evolución del ser humano. Desde la neurociencia, Francisco Mora Teruel ha señalado que "la emoción que en su origen, y aún hoy, debió ser el escudo protector máximo de la supervivencia biológica, es también la que mantiene vivo y competitivo al hombre en su relación con los demás. Es más, posiblemente sea uno de los fundamentos más profundos de su ser y estar en el mundo". [seguir leyendo…]
Del que escribe al que lee no hay sólo un paso. La concatenación de efectos y sensaciones que intervienen en la asombrosa cadena de lectura es difícilmente calculable. Leer es revivir, es activarse. A partir de las palabras que otro escribe se produce una entrada al interior de uno mismo que alcanza cualidad de simulacro. En ese doble recorrido entre lo escrito y lo leído surge un acceso privilegiado a la conciencia humana que esconde valiosísimos trucos y secretos. La idea de que la literatura ofrece un extenso corpus de información acerca de la emoción humana subyace a los estudios interdisciplinares de investigadores como Margaret Freeman, Arthur M. Jacobs o Patrick C. Hogan, que relacionan conceptos y consideraciones neurobiológicas o psicológicas con el contenido emocional de la expresión literaria. No es casualidad que los estudios cognitivo-literarios se interesen por las respuestas afectivas del ritmo y la rima (Reuven Tsur) o el destacable desarrollo del análisis del discurso afectivo por parte de la semiótica (Jacques Fontanille & Algirdas Julien Greimas); algunos han procurado también sintetizar todo un panorama transversal filosófico, psicológico, neurobiológico y teórico-literario sobre las emociones y sus interrelaciones con otras artes (Jenefer Robinson), mientras que otros han subrayado aspectos concretos de la manifestación de las emociones en la literatura o el arte (Richard Wollheim). Las recientes propuestas de la fenomenología (Michel Collot) o de la estética cognitiva y la filosofía del lenguaje (Mark Johnson) son también ejemplo de cómo esta cuestión alcanza a un amplio arsenal de disciplinas a la vez que origina progresivamente una variedad de objetos específicos de estudio. Además de resultar indisociables de la lectura literaria, las emociones juegan un papel fundamental en la construcción del sujeto, de la comunidad en la que se desarrolla y, en un sentido amplio, en toda la evolución del ser humano. Desde la neurociencia, Francisco Mora Teruel ha señalado que "la emoción que en su origen, y aún hoy, debió ser el escudo protector máximo de la supervivencia biológica, es también la que mantiene vivo y competitivo al hombre en su relación con los demás. Es más, posiblemente sea uno de los fundamentos más profundos de su ser y estar en el mundo". [seguir leyendo…]
Trans-disciplinas de la emoción literaria | Víctor E. Bermúdez
A veces, filosofía, neurociencia y literatura vibran con una misma pulsación. En Looking for Spinoza: Joy, Sorrow and the Feeling Brain, Antonio Damasio concibe a las emociones como fuente de conciencia y propone una distinción entre "sentimientos" y "emociones". Esta estructura de la experiencia emocional proviene de su labor clínica, en la que observaba que cuando sus pacientes perdían la habilidad para expresar una emoción determinada, dejaban por ello de experimentar el sentimiento correspondiente. Lo contrario, sin embargo, no ocurría: algunos pacientes que perdían la capacidad para experimentar sentimientos podían aún expresar las emociones relacionadas, por lo que Damasio deduce que la emoción precede al sentimiento. Al mismo tiempo, plantea también una subcategorización entre emociones primarias y secundarias que atiende a la "universalidad" o "individualidad" con la que las emociones se presentan en los seres humanos. Por un lado, las emociones primarias -hasta ahora las más fructíferas para los estudios neurocientíficos- serían aquellas en las que se piensa inmediatamente cuando se habla de emociones y sobre las que existe un consenso generalizado entre las distintas culturas; se cuentan entre ellas el miedo, la sorpresa, la ira, la tristeza o la felicidad. Por su parte, entre las emociones secundarias -también llamadas "sociales"- se hallan la simpatía, la vergüenza, el orgullo, la culpabilidad o la admiración, en éstas "todo un conjunto de reacciones regulatorias junto con elementos presentes en las emociones primarias puede identificarse como subcomponentes de las emociones sociales en una variedad de combinaciones". Esta clasificación de las emociones bien constituye el primer paso de un tipo de estudio literario que rastrea en la "conciencia del yo lírico" la manifestación afectiva del sujeto; frecuentemente la poesía se funda en la expresión de un "yo lírico" que es objeto de las emociones primarias de Damasio. Sin embargo, algunos teóricos literarios consideran que el sujeto lírico no es únicamente la expresión de una emoción individual y privada, sino que da forma a sentimientos universales que se inscriben en lo que denominamos convencionalmente "afectos". Con todo, no deja de resultar interesante que la estructura de las emociones de Damasio responda a cuestiones de carácter sociológico, antropológico y filosófico, trascendiendo el determinismo biológico y refrendando la idea de que la experiencia emocional se nutre del contexto y de la complejidad de las interacciones humanas. [seguir leyendo…]
A veces, filosofía, neurociencia y literatura vibran con una misma pulsación. En Looking for Spinoza: Joy, Sorrow and the Feeling Brain, Antonio Damasio concibe a las emociones como fuente de conciencia y propone una distinción entre "sentimientos" y "emociones". Esta estructura de la experiencia emocional proviene de su labor clínica, en la que observaba que cuando sus pacientes perdían la habilidad para expresar una emoción determinada, dejaban por ello de experimentar el sentimiento correspondiente. Lo contrario, sin embargo, no ocurría: algunos pacientes que perdían la capacidad para experimentar sentimientos podían aún expresar las emociones relacionadas, por lo que Damasio deduce que la emoción precede al sentimiento. Al mismo tiempo, plantea también una subcategorización entre emociones primarias y secundarias que atiende a la "universalidad" o "individualidad" con la que las emociones se presentan en los seres humanos. Por un lado, las emociones primarias -hasta ahora las más fructíferas para los estudios neurocientíficos- serían aquellas en las que se piensa inmediatamente cuando se habla de emociones y sobre las que existe un consenso generalizado entre las distintas culturas; se cuentan entre ellas el miedo, la sorpresa, la ira, la tristeza o la felicidad. Por su parte, entre las emociones secundarias -también llamadas "sociales"- se hallan la simpatía, la vergüenza, el orgullo, la culpabilidad o la admiración, en éstas "todo un conjunto de reacciones regulatorias junto con elementos presentes en las emociones primarias puede identificarse como subcomponentes de las emociones sociales en una variedad de combinaciones". Esta clasificación de las emociones bien constituye el primer paso de un tipo de estudio literario que rastrea en la "conciencia del yo lírico" la manifestación afectiva del sujeto; frecuentemente la poesía se funda en la expresión de un "yo lírico" que es objeto de las emociones primarias de Damasio. Sin embargo, algunos teóricos literarios consideran que el sujeto lírico no es únicamente la expresión de una emoción individual y privada, sino que da forma a sentimientos universales que se inscriben en lo que denominamos convencionalmente "afectos". Con todo, no deja de resultar interesante que la estructura de las emociones de Damasio responda a cuestiones de carácter sociológico, antropológico y filosófico, trascendiendo el determinismo biológico y refrendando la idea de que la experiencia emocional se nutre del contexto y de la complejidad de las interacciones humanas. [seguir leyendo…]
Repetir el litoral | Hugo Milhanas Machado
Bordeando el accidente, la frase, los pistones del texto. O quizás, más bien, la voluntad. Empezar el estremecimiento: sus mapas, la sintaxis del cuerpo alterado en los arranques. Empezar la piel, diseñar los cauces de la valentía, poblar el país de las posibilidades. Por balanceo, norma de las escaladas, impregnarse; subir los muros de la frase, escalar las paredes de la frase, coronar todo ese imperio compartido que sólo la frase permite percibir y singularizar. Letras de leer, el horizonte montado, y, en su ínfima probabilidad, el viraje emocional: educarse en la sorpresa, crecer desde el instinto. El argumento es mineral: no habrá palabra que pueda nombrar el comienzo del transporte, el pistón del movimiento, las máquinas de la energía. Y entonces, extensiones comunes, el aliento de la frase, la escala del entusiasmo, repetir el viento. Continuar la piel, aclimatar el desafío, la salida lanzada: habitar el país de las imaginaciones. Hay un paisaje en composición, el del transporte: ritmos, temperaturas, colores. Se impone reinar sobre la gramática del montaje, sus horizontes. Y entonces, repetir los ritmos, las temperaturas, los colores. Intuirlo: el viraje es la mudanza, implica la mudanza, la transformación; mudar, pues, otra palabra más para significar, cuando sobre la vibración de lenguaje se van perfilando los bailes y sus manierismos. [seguir leyendo…]
Bordeando el accidente, la frase, los pistones del texto. O quizás, más bien, la voluntad. Empezar el estremecimiento: sus mapas, la sintaxis del cuerpo alterado en los arranques. Empezar la piel, diseñar los cauces de la valentía, poblar el país de las posibilidades. Por balanceo, norma de las escaladas, impregnarse; subir los muros de la frase, escalar las paredes de la frase, coronar todo ese imperio compartido que sólo la frase permite percibir y singularizar. Letras de leer, el horizonte montado, y, en su ínfima probabilidad, el viraje emocional: educarse en la sorpresa, crecer desde el instinto. El argumento es mineral: no habrá palabra que pueda nombrar el comienzo del transporte, el pistón del movimiento, las máquinas de la energía. Y entonces, extensiones comunes, el aliento de la frase, la escala del entusiasmo, repetir el viento. Continuar la piel, aclimatar el desafío, la salida lanzada: habitar el país de las imaginaciones. Hay un paisaje en composición, el del transporte: ritmos, temperaturas, colores. Se impone reinar sobre la gramática del montaje, sus horizontes. Y entonces, repetir los ritmos, las temperaturas, los colores. Intuirlo: el viraje es la mudanza, implica la mudanza, la transformación; mudar, pues, otra palabra más para significar, cuando sobre la vibración de lenguaje se van perfilando los bailes y sus manierismos. [seguir leyendo…]
El sentimiento de escribir (perspectiva biocultural) | Jean-Simon DesRochers
A partir del tándem "emoción" y "sentimiento" de Antonio Damasio calcado de la idea de "apetito" y de "deseo" de Spinoza, podemos considerar la emoción como un estado bruto que la percepción -el sentimiento- nombra. Si la emoción está sujeta a algo real indecible, el sentimiento marca la realidad que inferimos como intérprete de nuestra interioridad. En el acto de la creación literaria, el escritor intenta constantemente anticipar las direcciones que podría tomar su texto. Ese proceso no se encuentra tan condicionado por la reducción de las posibilidades como por el reconocimiento constante de su multiplicidad. El "estupor paralizante" de la página en blanco de los neófitos proviene de la pérdida repentina de esta multiplicidad polimorfa: frente al mar de lo posible, restringirse a una selección puede convertirse en algo tormentoso. [seguir leyendo…]
A partir del tándem "emoción" y "sentimiento" de Antonio Damasio calcado de la idea de "apetito" y de "deseo" de Spinoza, podemos considerar la emoción como un estado bruto que la percepción -el sentimiento- nombra. Si la emoción está sujeta a algo real indecible, el sentimiento marca la realidad que inferimos como intérprete de nuestra interioridad. En el acto de la creación literaria, el escritor intenta constantemente anticipar las direcciones que podría tomar su texto. Ese proceso no se encuentra tan condicionado por la reducción de las posibilidades como por el reconocimiento constante de su multiplicidad. El "estupor paralizante" de la página en blanco de los neófitos proviene de la pérdida repentina de esta multiplicidad polimorfa: frente al mar de lo posible, restringirse a una selección puede convertirse en algo tormentoso. [seguir leyendo…]
La educación sentimental (del lector) | Jose Valenzuela
La literatura está vacía sin emociones. De niños aprendimos a leer y un buen día, de golpe, descubrimos que la biblioteca de casa no almacenaba libros sino increíbles mundos que visitar desde la seguridad de nuestro hogar. Conocimos a personajes que nos hicieron reír, llorar, que con sus aventuras nos hicieron acostarnos nerviosos preguntándonos qué les pasaría al día siguiente. Crecimos y las lecturas maduraron, abordaron temas de mayor calado. Algunas sirvieron para comprender mejor el mundo en que vivíamos, aunque tuvieran lugar en galaxias muy lejanas. Otras, para comprendernos mejor a nosotros mismos. Y en todos esos acercamientos siempre hubo emociones.
Entrar en la historia. Zambullirse en el relato. Sentir que los personajes cobraban vida. Desde que nació la literatura hemos sido capaces de intuir desde múltiples perspectivas uno de los principales mecanismos implicados en la lectura. A pesar de ello, el establecimiento de una visión cognitivista de esos procesos tuvo que esperar hasta el surgimiento a finales del siglo XX de la disciplina conocida como estudios literarios cognitivos. Fue a principios de los años noventa cuando investigadores como Richard Gerrig o Marie-Laure Ryan acuñaron términos como inmersión o transportación para definir el proceso mental causante de que durante la lectura de una obra literaria el universo narrativo "cobre vida" en nuestra imaginación. Habitualmente asociado a la literatura de carácter ilusionista, este trampantojo se caracteriza por la sensación de traslado al mundo de la historia y, con ello, por una importante participación de los mecanismos cognitivos asociados a nuestra atención, imaginación y emociones. Tal como explica Norman Holland, esta focalización se debe a la economía de recursos con que se rige nuestro cerebro: por ejemplo, un área como la corteza prefrontal interviene en la atención, la toma de decisiones o el procesamiento social, funciones que se ven monopolizadas al sentirnos transportados al mundo ficcional, lo que inhibe o minimiza el efecto de los estímulos externos a nuestro alrededor. [seguir leyendo…]
La literatura está vacía sin emociones. De niños aprendimos a leer y un buen día, de golpe, descubrimos que la biblioteca de casa no almacenaba libros sino increíbles mundos que visitar desde la seguridad de nuestro hogar. Conocimos a personajes que nos hicieron reír, llorar, que con sus aventuras nos hicieron acostarnos nerviosos preguntándonos qué les pasaría al día siguiente. Crecimos y las lecturas maduraron, abordaron temas de mayor calado. Algunas sirvieron para comprender mejor el mundo en que vivíamos, aunque tuvieran lugar en galaxias muy lejanas. Otras, para comprendernos mejor a nosotros mismos. Y en todos esos acercamientos siempre hubo emociones.
Entrar en la historia. Zambullirse en el relato. Sentir que los personajes cobraban vida. Desde que nació la literatura hemos sido capaces de intuir desde múltiples perspectivas uno de los principales mecanismos implicados en la lectura. A pesar de ello, el establecimiento de una visión cognitivista de esos procesos tuvo que esperar hasta el surgimiento a finales del siglo XX de la disciplina conocida como estudios literarios cognitivos. Fue a principios de los años noventa cuando investigadores como Richard Gerrig o Marie-Laure Ryan acuñaron términos como inmersión o transportación para definir el proceso mental causante de que durante la lectura de una obra literaria el universo narrativo "cobre vida" en nuestra imaginación. Habitualmente asociado a la literatura de carácter ilusionista, este trampantojo se caracteriza por la sensación de traslado al mundo de la historia y, con ello, por una importante participación de los mecanismos cognitivos asociados a nuestra atención, imaginación y emociones. Tal como explica Norman Holland, esta focalización se debe a la economía de recursos con que se rige nuestro cerebro: por ejemplo, un área como la corteza prefrontal interviene en la atención, la toma de decisiones o el procesamiento social, funciones que se ven monopolizadas al sentirnos transportados al mundo ficcional, lo que inhibe o minimiza el efecto de los estímulos externos a nuestro alrededor. [seguir leyendo…]
Vértigo caliente, vértigo frío | Menchu Gutiérrez
Todos los misterios están relacionados con el vértigo: un asidero se pierde y se viaja hacia un polo magnético desconocido, a una extraordinaria velocidad que escapa a cualquier clase de registro.
El vértigo es la emoción y la emoción es el vértigo. Imposible saber cuál es el adentro y el afuera, de qué está hecha la piel que recubre una experiencia poética.
Siempre he pensado que existe una profunda relación entre el holograma, el concepto de sincronicidad junguiana y la experiencia de la poesía.
Como en la urdimbre y la trama de un tejido de naturaleza ondulatoria, apresado en un campo de interferencia de luz, un objeto se proyecta en una placa fotográfica y crea en ella un depósito de información microscópica, un almacén de ondas llamado holograma. Despertado de nuevo por un haz de luz coherente, el holograma reproduce la imagen tridimensional que lo originó. El objeto que vemos flotando ante nosotros crea así una gran paradoja temporal: es éste y es aquél, es el mismo y no lo es al mismo tiempo.
De igual modo, podríamos decir que, en la experiencia de la poesía, la emoción es una energía -una energía como la luz- que codifica un suceso y lo almacena en el pozo de la memoria. Un día, el suceso así embalsamado puede reproducirse, enteramente, absolutamente, cuando la emoción golpea de nuevo en el suceso durmiente, como el guijarro que cae y despierta el agua del pozo.
Otra magia viene a sumarse a ese código oculto en el holograma: si la placa fotográfica se rompiera en cuatro o en cinco pedazos, cada uno de ellos sería capaz de reproducir la imagen tridimensional completa.
El neurofisiólogo Karl Pribram defendía que el cerebro es un holograma, que la memoria está repartida por todo el tejido cerebral y que cualquier fragmento de ese tejido es capaz de reproducir un recuerdo. Diríamos que la memoria ha aprendido a defenderse a sí misma, a seguir siendo memoria, una memoria que estaría hecha de memoria. [seguir leyendo…]
Todos los misterios están relacionados con el vértigo: un asidero se pierde y se viaja hacia un polo magnético desconocido, a una extraordinaria velocidad que escapa a cualquier clase de registro.
El vértigo es la emoción y la emoción es el vértigo. Imposible saber cuál es el adentro y el afuera, de qué está hecha la piel que recubre una experiencia poética.
Siempre he pensado que existe una profunda relación entre el holograma, el concepto de sincronicidad junguiana y la experiencia de la poesía.
Como en la urdimbre y la trama de un tejido de naturaleza ondulatoria, apresado en un campo de interferencia de luz, un objeto se proyecta en una placa fotográfica y crea en ella un depósito de información microscópica, un almacén de ondas llamado holograma. Despertado de nuevo por un haz de luz coherente, el holograma reproduce la imagen tridimensional que lo originó. El objeto que vemos flotando ante nosotros crea así una gran paradoja temporal: es éste y es aquél, es el mismo y no lo es al mismo tiempo.
De igual modo, podríamos decir que, en la experiencia de la poesía, la emoción es una energía -una energía como la luz- que codifica un suceso y lo almacena en el pozo de la memoria. Un día, el suceso así embalsamado puede reproducirse, enteramente, absolutamente, cuando la emoción golpea de nuevo en el suceso durmiente, como el guijarro que cae y despierta el agua del pozo.
Otra magia viene a sumarse a ese código oculto en el holograma: si la placa fotográfica se rompiera en cuatro o en cinco pedazos, cada uno de ellos sería capaz de reproducir la imagen tridimensional completa.
El neurofisiólogo Karl Pribram defendía que el cerebro es un holograma, que la memoria está repartida por todo el tejido cerebral y que cualquier fragmento de ese tejido es capaz de reproducir un recuerdo. Diríamos que la memoria ha aprendido a defenderse a sí misma, a seguir siendo memoria, una memoria que estaría hecha de memoria. [seguir leyendo…]
Reparar el aún, verbalizar el sentir | Candela Salgado Ivanich
Si el lector de Chantal Maillard quisiese perfilar diligentemente el designio poético de la autora, se encontraría con un camino que ha sido previamente allanado y atravesado por ella misma, pues en su obra pervive una inclinación y un gusto por la reflexión artística y literaria. Si bien no es conveniente recopilar ahora estos pensamientos, sí es necesario reconocer el interés que guarda una cuestión muy concreta en la que estos se detienen y que es materia de consideración para el presente recorrido: la emotiva. La emoción no figura únicamente como experiencia estética que, resultante de un manejo de tensiones y recursos, se dirige y propone desde el texto al lector; tampoco se limita a ser un inocente contenido reiterado, sino que el cometido que se le reconoce es capital: ser el germen de la creación. La dimensión afectiva es entonces la que organiza los tres ejes de la expresión literaria en el universo maillardiano: origen, motivo e intención.
La advertencia de la emoción como preámbulo y soporte de lo escrito se prolonga y reafirma en diversos libros que dialogan desde una distancia de tiempo -desde los años noventa hasta la aparición de sus últimos títulos- y de género -poemarios, ensayos o diarios-. Evidencia de ello es una terminología que la autora configura y disemina en gran parte de su obra y que gravita, esencialmente, en torno a dos centros: el hilo, metáfora de las imágenes que sobrevienen a la mente, y el huso, metáfora de las impresiones sensitivas. Ahora bien, tal y como se comprobará a continuación, intentar distanciar huso e hilo es un empeño vano. Entre ambos existe una vinculación extrema: el huso ve su propia condición supeditada al hecho de que se desenreden sus distintos hilos -es decir, a que se desplieguen las imágenes que lo potencian-; y los hilos tejen su resolución asociativa gracias al huso -es decir, gracias a que tras estas imágenes subyacen contenidos afectivos que se contestan-. Esta trabazón reproduce, a escala de la mente humana, una conexión mayor: la de los distintos elementos que intervienen en el mundo; pues para Chantal Maillard, todo cuerpo es mecido y desprende una vibración, de manera que el universo es una red de resonancias que, en concierto, obtienen una secuencia única e ininterrumpida. [seguir leyendo…]
Si el lector de Chantal Maillard quisiese perfilar diligentemente el designio poético de la autora, se encontraría con un camino que ha sido previamente allanado y atravesado por ella misma, pues en su obra pervive una inclinación y un gusto por la reflexión artística y literaria. Si bien no es conveniente recopilar ahora estos pensamientos, sí es necesario reconocer el interés que guarda una cuestión muy concreta en la que estos se detienen y que es materia de consideración para el presente recorrido: la emotiva. La emoción no figura únicamente como experiencia estética que, resultante de un manejo de tensiones y recursos, se dirige y propone desde el texto al lector; tampoco se limita a ser un inocente contenido reiterado, sino que el cometido que se le reconoce es capital: ser el germen de la creación. La dimensión afectiva es entonces la que organiza los tres ejes de la expresión literaria en el universo maillardiano: origen, motivo e intención.
La advertencia de la emoción como preámbulo y soporte de lo escrito se prolonga y reafirma en diversos libros que dialogan desde una distancia de tiempo -desde los años noventa hasta la aparición de sus últimos títulos- y de género -poemarios, ensayos o diarios-. Evidencia de ello es una terminología que la autora configura y disemina en gran parte de su obra y que gravita, esencialmente, en torno a dos centros: el hilo, metáfora de las imágenes que sobrevienen a la mente, y el huso, metáfora de las impresiones sensitivas. Ahora bien, tal y como se comprobará a continuación, intentar distanciar huso e hilo es un empeño vano. Entre ambos existe una vinculación extrema: el huso ve su propia condición supeditada al hecho de que se desenreden sus distintos hilos -es decir, a que se desplieguen las imágenes que lo potencian-; y los hilos tejen su resolución asociativa gracias al huso -es decir, gracias a que tras estas imágenes subyacen contenidos afectivos que se contestan-. Esta trabazón reproduce, a escala de la mente humana, una conexión mayor: la de los distintos elementos que intervienen en el mundo; pues para Chantal Maillard, todo cuerpo es mecido y desprende una vibración, de manera que el universo es una red de resonancias que, en concierto, obtienen una secuencia única e ininterrumpida. [seguir leyendo…]
El misterioso soporte de las impresiones | Chantal Maillard
"Las teorías pasan, la rana permanece", decía Jean Rostand. La rana no es muda, es evidente, la rana croa. Lo que ocurre es que no la entendemos. Y tal vez sea porque mientras buscamos la permanencia y reducimos los entes singulares a principios esenciales, se nos escapa lo más importante. En las teorías creemos -cierta nostalgia de un saber verdadero, tal vez-. O así ha sido hasta hace bien poco, pues me consta que en estas últimas décadas las teorías mismas nos han ido enseñando que también ellas son proceso, inacabadas, falsables, imprecisas hasta en sus precisiones. Poco a poco, las ciencias han ido asumiendo su carácter "artístico", adoptando como ley la coherencia interna y reemplazando así, progresivamente, el valor epistémico de sus propuestas por el valor constructivo que es y ha sido siempre la regla de toda obra de ficción. Verdad y falsedad son elementos comparativos que sólo tienen sentido en el ámbito de la lógica, nunca en el de la estética, y qué duda cabe que las ciencias -al menos aquellas que atienden a la naturaleza del universo y de la propia mente- son conscientes, actualmente, de que se mueven, lo quieran o no, en ese territorio. [seguir leyendo…]
"Las teorías pasan, la rana permanece", decía Jean Rostand. La rana no es muda, es evidente, la rana croa. Lo que ocurre es que no la entendemos. Y tal vez sea porque mientras buscamos la permanencia y reducimos los entes singulares a principios esenciales, se nos escapa lo más importante. En las teorías creemos -cierta nostalgia de un saber verdadero, tal vez-. O así ha sido hasta hace bien poco, pues me consta que en estas últimas décadas las teorías mismas nos han ido enseñando que también ellas son proceso, inacabadas, falsables, imprecisas hasta en sus precisiones. Poco a poco, las ciencias han ido asumiendo su carácter "artístico", adoptando como ley la coherencia interna y reemplazando así, progresivamente, el valor epistémico de sus propuestas por el valor constructivo que es y ha sido siempre la regla de toda obra de ficción. Verdad y falsedad son elementos comparativos que sólo tienen sentido en el ámbito de la lógica, nunca en el de la estética, y qué duda cabe que las ciencias -al menos aquellas que atienden a la naturaleza del universo y de la propia mente- son conscientes, actualmente, de que se mueven, lo quieran o no, en ese territorio. [seguir leyendo…]
Alumbramiento | María Sánchez
También de esto surge la literatura. La conjunción de circunstancias que hizo posible que Júpiter arrasara el sistema solar y lo hiciera habitable. La oración de alguien que cree que el manto del universo se esconde tras la piel de una vaca. Los ornitólogos que se rompen la cabeza al descubrir que John James Audubon pintó aves que nunca existieron. La incesante lucha del organismo para controlar el equilibro entre las células que nacen y las que se destruyen. El poeta al que la radiografía de un cáncer le recuerda a los girasoles de Van Gogh. Los hombres de la resurrección saqueando multitud de tumbas para saciar el hambre de la ciencia. Los que se mueren cada día un poco más pero afirman que en realidad están aprendiendo a volar. Las mujeres que descubrieron enanas blancas, novas, nebulosas y centenares de estrellas y se quedaron entre el anonimato y el silencio. La gravedad haciendo siempre su trabajo. También de esto nace el poema. Los científicos que murieron de hambre en la estación de Pavlovsk rodeados de comida. El número exacto de los círculos que realiza un animal sobre su propio eje antes de acostarse. La definición inexistente para una madre que pierde a un hijo. El silencio que inunda un espacio antes de que la boca emita sonido o diagnóstico. Las manos que cantan nanas al duelo. El pulso de Melville implorando hágase la soledad. [seguir leyendo…]
También de esto surge la literatura. La conjunción de circunstancias que hizo posible que Júpiter arrasara el sistema solar y lo hiciera habitable. La oración de alguien que cree que el manto del universo se esconde tras la piel de una vaca. Los ornitólogos que se rompen la cabeza al descubrir que John James Audubon pintó aves que nunca existieron. La incesante lucha del organismo para controlar el equilibro entre las células que nacen y las que se destruyen. El poeta al que la radiografía de un cáncer le recuerda a los girasoles de Van Gogh. Los hombres de la resurrección saqueando multitud de tumbas para saciar el hambre de la ciencia. Los que se mueren cada día un poco más pero afirman que en realidad están aprendiendo a volar. Las mujeres que descubrieron enanas blancas, novas, nebulosas y centenares de estrellas y se quedaron entre el anonimato y el silencio. La gravedad haciendo siempre su trabajo. También de esto nace el poema. Los científicos que murieron de hambre en la estación de Pavlovsk rodeados de comida. El número exacto de los círculos que realiza un animal sobre su propio eje antes de acostarse. La definición inexistente para una madre que pierde a un hijo. El silencio que inunda un espacio antes de que la boca emita sonido o diagnóstico. Las manos que cantan nanas al duelo. El pulso de Melville implorando hágase la soledad. [seguir leyendo…]
Emoción/Emocionalismo. Desde la semiótica y las ciencias sociales | Manuel González de Ávila
Para la semiótica, la emoción no es sino uno de los componentes de una magnitud más vasta, la pasión; y la pasión resulta eminentemente pensable, un objeto privilegiado de intelección. La actual semiótica habla con razón de la pasión: amplía nuestro conocimiento de la afectividad, si bien comparte ese mismo dominio de objetos con otras ciencias sociales y naturales -con la etnología, la psicología, las ciencias cognitivas, la neurobiología, etc.-, e incluso con el discurso común, pues los fenómenos que en él se agrupan -humores y sentimientos incluidos, además de emociones- se han convertido igualmente en un asunto de opinión pública. Los hombres del siglo XXI, en efecto, ya no podrían entenderse a sí mismos sin entidades teóricas o pseudo-teóricas como la "ciclotimia", la "bipolaridad" o "la inteligencia emocional", piezas de una neolengua mostrenca que esmalta nuestras interpretaciones normalizadas de la conducta. De tal suerte la pasión, que según sus diversas doctrinas complementa, supera o niega a la razón, no sólo interesa a la episteme vigente: además forma parte de la imagen que la cultura, en su lata acepción antropológica, tiene de ella misma. [seguir leyendo…]
Para la semiótica, la emoción no es sino uno de los componentes de una magnitud más vasta, la pasión; y la pasión resulta eminentemente pensable, un objeto privilegiado de intelección. La actual semiótica habla con razón de la pasión: amplía nuestro conocimiento de la afectividad, si bien comparte ese mismo dominio de objetos con otras ciencias sociales y naturales -con la etnología, la psicología, las ciencias cognitivas, la neurobiología, etc.-, e incluso con el discurso común, pues los fenómenos que en él se agrupan -humores y sentimientos incluidos, además de emociones- se han convertido igualmente en un asunto de opinión pública. Los hombres del siglo XXI, en efecto, ya no podrían entenderse a sí mismos sin entidades teóricas o pseudo-teóricas como la "ciclotimia", la "bipolaridad" o "la inteligencia emocional", piezas de una neolengua mostrenca que esmalta nuestras interpretaciones normalizadas de la conducta. De tal suerte la pasión, que según sus diversas doctrinas complementa, supera o niega a la razón, no sólo interesa a la episteme vigente: además forma parte de la imagen que la cultura, en su lata acepción antropológica, tiene de ella misma. [seguir leyendo…]