#Conciencia

Yo, myself and I
La conciencia es el otro, se diría, cuando es el yo quien sabe que lo nombra. Integrar el estudio científico, filosófico y antropológico de la conciencia con la literatura ha abierto horizontes en cada una de estas disciplinas. Todas ellas comparten la curiosidad por indagar qué es el "yo", cómo se construye a sí mismo, cuál es el límite entre el conocimiento del individuo y el que adquiere y comparte socialmente, cómo se distingue la información consciente de la no consciente o qué relación existe entre la conciencia y el lenguaje. El término latino conscientia, "conocimiento compartido" -y éste a su vez de cum scientia, "con conocimiento"-, encubre una polisemia que exige distinguir al menos entre el "estado de la consciencia" -diversos grados del estado de vigilancia, como el sueño, la anestesia y el coma- y el "contenido de la conciencia" -tomar en cuenta una determinada información, posteriormente accesible de manera voluntaria-. Neurobiólogos como Humberto Maturana y Francisco Varela han estudiado la base biológica de la conciencia abordando el histórico debate filosófico sobre la relación mente-cuerpo. Por su parte, Marc Jeannerod se ha interesado por la relación entre la acción y la conciencia, estudiando el sistema psicomotriz mientras para otros como Antonio Damasio o Gerald Edelman lo fundamental de la "conciencia" es la posibilidad de vincular el mundo percibido con un "yo" (self) que sabe que conoce. El carácter subjetivo de la experiencia consciente trae consigo el desafío de definir las condiciones para una ciencia experimental de la conciencia; así, desde la (neuro)psicología cognitiva experimental, Stanislas Dehaene y Jean-Pierre Changeux han investigado el acceso a la conciencia y los denominados "signos de la conciencia". [seguir leyendo…]
La conciencia es el otro, se diría, cuando es el yo quien sabe que lo nombra. Integrar el estudio científico, filosófico y antropológico de la conciencia con la literatura ha abierto horizontes en cada una de estas disciplinas. Todas ellas comparten la curiosidad por indagar qué es el "yo", cómo se construye a sí mismo, cuál es el límite entre el conocimiento del individuo y el que adquiere y comparte socialmente, cómo se distingue la información consciente de la no consciente o qué relación existe entre la conciencia y el lenguaje. El término latino conscientia, "conocimiento compartido" -y éste a su vez de cum scientia, "con conocimiento"-, encubre una polisemia que exige distinguir al menos entre el "estado de la consciencia" -diversos grados del estado de vigilancia, como el sueño, la anestesia y el coma- y el "contenido de la conciencia" -tomar en cuenta una determinada información, posteriormente accesible de manera voluntaria-. Neurobiólogos como Humberto Maturana y Francisco Varela han estudiado la base biológica de la conciencia abordando el histórico debate filosófico sobre la relación mente-cuerpo. Por su parte, Marc Jeannerod se ha interesado por la relación entre la acción y la conciencia, estudiando el sistema psicomotriz mientras para otros como Antonio Damasio o Gerald Edelman lo fundamental de la "conciencia" es la posibilidad de vincular el mundo percibido con un "yo" (self) que sabe que conoce. El carácter subjetivo de la experiencia consciente trae consigo el desafío de definir las condiciones para una ciencia experimental de la conciencia; así, desde la (neuro)psicología cognitiva experimental, Stanislas Dehaene y Jean-Pierre Changeux han investigado el acceso a la conciencia y los denominados "signos de la conciencia". [seguir leyendo…]
(Auto) Conciencias paralelas | Miguel Amores Fúster
No fue hasta la décima edición de su Systema Naturae (1758) que Carl Linneo sancionó a la especie humana con el taxón biológico "Homo sapiens". Hasta entonces, y durante más de veinte años, el padre de la taxonomía moderna designó el ser vivo que somos con una fórmula definitivamente irónica: "Homo nosce te ipsum". Y es que, en opinión de Linneo, más allá de la capacidad única del hombre para reconocerse a sí mismo como tal, no existía ninguna singularidad morfológica decisiva que diferenciara al ser humano de otros representantes del orden de los Anthropomorpha tales como el mono (Simia) o el perezoso (Bradypus). Esto no quiere decir que Linneo no fuera consciente de las diferencias obvias que existían entre el hombre y el resto de animales, primates incluidos; el científico sueco, incluso, reconocía en el hombre la singularidad transcendente de haber sido la especie elegida por el Dios creador. Y sin embargo, los severos límites del método taxonómico, así como los precarios medios de la época, llevaron a esta tentativa pionera de apresamiento empírico de lo humano a una conclusión extraña: desde el punto de vista de las ciencias naturales, lo que verdaderamente distinguía al hombre del mono no era ni una anatomía particularmente diferenciada ni el atributo decisivo de su racionalidad, sino más bien la radicalidad autopoiética de su (auto)conciencia. [seguir leyendo…]
No fue hasta la décima edición de su Systema Naturae (1758) que Carl Linneo sancionó a la especie humana con el taxón biológico "Homo sapiens". Hasta entonces, y durante más de veinte años, el padre de la taxonomía moderna designó el ser vivo que somos con una fórmula definitivamente irónica: "Homo nosce te ipsum". Y es que, en opinión de Linneo, más allá de la capacidad única del hombre para reconocerse a sí mismo como tal, no existía ninguna singularidad morfológica decisiva que diferenciara al ser humano de otros representantes del orden de los Anthropomorpha tales como el mono (Simia) o el perezoso (Bradypus). Esto no quiere decir que Linneo no fuera consciente de las diferencias obvias que existían entre el hombre y el resto de animales, primates incluidos; el científico sueco, incluso, reconocía en el hombre la singularidad transcendente de haber sido la especie elegida por el Dios creador. Y sin embargo, los severos límites del método taxonómico, así como los precarios medios de la época, llevaron a esta tentativa pionera de apresamiento empírico de lo humano a una conclusión extraña: desde el punto de vista de las ciencias naturales, lo que verdaderamente distinguía al hombre del mono no era ni una anatomía particularmente diferenciada ni el atributo decisivo de su racionalidad, sino más bien la radicalidad autopoiética de su (auto)conciencia. [seguir leyendo…]
Autoconsciencia y evolución | Xurxo Mariño
El filósofo Thomas Nagel no le encuentra sentido a la mente autoconsciente, al menos dentro del armazón conceptual de la moderna teoría evolutiva y el naturalismo materialista reduccionista. Nagel no encuentra ningún tipo de ventaja evolutiva que sirviera en su momento para forjar la semilla de la autoconsciencia. Bajo la perspectiva de la ciencia actual la existencia de un "yo" no tiene valor adaptativo: o bien es un producto de la casualidad y la complejidad, o bien nuestra manera de acceder a la inteligibilidad del cosmos va por mal camino. Eso es lo que dice el filósofo que nos convirtió a todos en murciélagos con un brillante ejercicio mental. Sin embargo, parece que no ha estado tan brillante en esta ocasión. En su razonamiento -expresado en el libro La mente y el cosmos. Por qué la concepción neo-darwinista materialista de la naturaleza es, casi con certeza, falsa - se le escapan algunos nodos esenciales para la cristalización de una idea coherente de la evolución del "yo". Nagel arremete contra lo que él llama reduccionismo psicofísico sin siquiera considerar la opción de que es posible desarrollar un naturalismo materialista que no sea reduccionista. Pero, enfocando un poco más la reflexión, centrémonos aquí en las posibilidades de que la autoconsciencia posea o haya poseído algún tipo de valor adaptativo. Para armar la pieza es preciso recurrir, además de a la neurociencia, a la lingüística, a la paleoantropología y a la etología de himenópteros. [seguir leyendo…]
El filósofo Thomas Nagel no le encuentra sentido a la mente autoconsciente, al menos dentro del armazón conceptual de la moderna teoría evolutiva y el naturalismo materialista reduccionista. Nagel no encuentra ningún tipo de ventaja evolutiva que sirviera en su momento para forjar la semilla de la autoconsciencia. Bajo la perspectiva de la ciencia actual la existencia de un "yo" no tiene valor adaptativo: o bien es un producto de la casualidad y la complejidad, o bien nuestra manera de acceder a la inteligibilidad del cosmos va por mal camino. Eso es lo que dice el filósofo que nos convirtió a todos en murciélagos con un brillante ejercicio mental. Sin embargo, parece que no ha estado tan brillante en esta ocasión. En su razonamiento -expresado en el libro La mente y el cosmos. Por qué la concepción neo-darwinista materialista de la naturaleza es, casi con certeza, falsa - se le escapan algunos nodos esenciales para la cristalización de una idea coherente de la evolución del "yo". Nagel arremete contra lo que él llama reduccionismo psicofísico sin siquiera considerar la opción de que es posible desarrollar un naturalismo materialista que no sea reduccionista. Pero, enfocando un poco más la reflexión, centrémonos aquí en las posibilidades de que la autoconsciencia posea o haya poseído algún tipo de valor adaptativo. Para armar la pieza es preciso recurrir, además de a la neurociencia, a la lingüística, a la paleoantropología y a la etología de himenópteros. [seguir leyendo…]
Lo que el ojo de la rana le dice al cerebro del filósofo | Germán Sierra
Recuerdo al brillante neurofisiólogo uruguayo José Segundo explicándome que la información verdaderamente esencial es aquella que la neurona de la rata le transmite al cerebro de la rata, no al del experimentador. Segundo parafraseaba el título de un célebre artículo de Jerome Lettvin "What the Frog's Eye Tells to the Frog's Brain", pero, al mismo tiempo, me estaba invitando a participar en una tarea filosóficamente impracticable, a la que él mismo había dedicado la mayor parte de su vida como investigador: la determinación de códigos neuronales objetivos y específicos que, eliminando la paradoja del observador, nos permitieran comprender las denominadas "funciones cognitivas" del sistema nervioso central. Filosóficamente impracticable -aunque quizás, como Samuel Beckett sabía muy bien, en cualquier empeño que merezca la pena sólo es posible fracasar mejor- porque probablemente consigamos reproducir y cuantificar las señales que las neuronas intercambian, descifrar su "código interno" de comunicación e incluso reproducir su componente eléctrico en medios no biológicos, pero la interpretación final de esa actividad observada y replicada estará necesariamente constituida siempre, a lo sumo, por aquello que el ojo de la rana le dice al fisiólogo a través de una imagen del cerebro de la rana previamente establecida por éste. Tarde o temprano, en algún punto del análisis científico, para insertar los datos obtenidos en un contexto inteligible los seres humanos nos vemos obligados a recurrir a una narración, a un relato, a una ficción: la consciencia del conocimiento -saber que sabemos-, como intenta explicar Steven Shaviro (2016) mediante el análisis filosófico de una interesantísima serie de relatos de ciencia-ficción, sólo puede tener lugar mediante operaciones estéticas como "la analogía, la alusión y la reconstrucción algorítmica". [seguir leyendo…]
Recuerdo al brillante neurofisiólogo uruguayo José Segundo explicándome que la información verdaderamente esencial es aquella que la neurona de la rata le transmite al cerebro de la rata, no al del experimentador. Segundo parafraseaba el título de un célebre artículo de Jerome Lettvin "What the Frog's Eye Tells to the Frog's Brain", pero, al mismo tiempo, me estaba invitando a participar en una tarea filosóficamente impracticable, a la que él mismo había dedicado la mayor parte de su vida como investigador: la determinación de códigos neuronales objetivos y específicos que, eliminando la paradoja del observador, nos permitieran comprender las denominadas "funciones cognitivas" del sistema nervioso central. Filosóficamente impracticable -aunque quizás, como Samuel Beckett sabía muy bien, en cualquier empeño que merezca la pena sólo es posible fracasar mejor- porque probablemente consigamos reproducir y cuantificar las señales que las neuronas intercambian, descifrar su "código interno" de comunicación e incluso reproducir su componente eléctrico en medios no biológicos, pero la interpretación final de esa actividad observada y replicada estará necesariamente constituida siempre, a lo sumo, por aquello que el ojo de la rana le dice al fisiólogo a través de una imagen del cerebro de la rana previamente establecida por éste. Tarde o temprano, en algún punto del análisis científico, para insertar los datos obtenidos en un contexto inteligible los seres humanos nos vemos obligados a recurrir a una narración, a un relato, a una ficción: la consciencia del conocimiento -saber que sabemos-, como intenta explicar Steven Shaviro (2016) mediante el análisis filosófico de una interesantísima serie de relatos de ciencia-ficción, sólo puede tener lugar mediante operaciones estéticas como "la analogía, la alusión y la reconstrucción algorítmica". [seguir leyendo…]
El cuerpo ilusorio: Ficciones a tiempo real | Carlos López de Silanes de Miguel
No existe el tiempo. Solo un rastro, una distancia, una necesidad. Los sentidos dan naturaleza de forma a lo que acaba de pasar, y esa imagen, revelada en negativo, es inversamente proporcional a lo que deja tras de sí, de manera que cuanto más la fijemos en nuestra mente, menos estaremos en el escenario natural de eso que pasa. Como si viéramos proyectada sólo una porción de la realidad, que presionara incesantemente en el presente, haciendo relieve en él, sin llegar a adelantarse nunca. Como si mirando al sol cayéramos en la cuenta de que hace unos ocho minutos que dejó de estar donde parece que estaba… Esos ocho minutos, aproximadamente, son lo que llamamos conciencia. Un espacio de luz, una dilación en lo efímero, que a medida que transcurre va tratando de parecerse a sí mismo, hasta que deja de ser, y se convierte en memoria. Salimos del mar -no recordamos, claro-, y perdimos en ello la noción de lo que era existir después de haber existido, de llegar a ser y saber contarlo. Por eso inventamos otro tiempo, un tiempo otro. El tiempo que sucede y que se percibe, o que sucede porque se percibe. Es el tiempo de los signos, de la materia hablada, que crece en palabras conjurando la longitud del silencio, con la excusa de su propia ininteligibilidad. Lo inabarcable exige una presencia, y es así que buscamos cauces para lo implícito, narraciones para lo inacabado. Pero la luz no tiene / signos, no se pronuncia, / ni siquiera se toca. Lo ignoto permanecía sumergido y nosotros pensábamos que en lo hondo no habría nada. Y sin embargo fluye y se aproxima bajo la piel, compartiendo el espacio de lo posible. Sólo a veces adquiere un aspecto familiar, reconocible -los médicos decimos síntoma-, y esto ocurre, precisamente, cuando aflora en superficie y recobra el sentido de la corporalidad: hay quien oye una voz, quien habla entre sueños, quien sale incluso de su propia forma y se observa en un mundo que ya no es el suyo. Y entonces lo real se desdobla, convive con su homólogo, y nos parece que el signo deviene en órgano, y el órgano, signo. [seguir leyendo…]
No existe el tiempo. Solo un rastro, una distancia, una necesidad. Los sentidos dan naturaleza de forma a lo que acaba de pasar, y esa imagen, revelada en negativo, es inversamente proporcional a lo que deja tras de sí, de manera que cuanto más la fijemos en nuestra mente, menos estaremos en el escenario natural de eso que pasa. Como si viéramos proyectada sólo una porción de la realidad, que presionara incesantemente en el presente, haciendo relieve en él, sin llegar a adelantarse nunca. Como si mirando al sol cayéramos en la cuenta de que hace unos ocho minutos que dejó de estar donde parece que estaba… Esos ocho minutos, aproximadamente, son lo que llamamos conciencia. Un espacio de luz, una dilación en lo efímero, que a medida que transcurre va tratando de parecerse a sí mismo, hasta que deja de ser, y se convierte en memoria. Salimos del mar -no recordamos, claro-, y perdimos en ello la noción de lo que era existir después de haber existido, de llegar a ser y saber contarlo. Por eso inventamos otro tiempo, un tiempo otro. El tiempo que sucede y que se percibe, o que sucede porque se percibe. Es el tiempo de los signos, de la materia hablada, que crece en palabras conjurando la longitud del silencio, con la excusa de su propia ininteligibilidad. Lo inabarcable exige una presencia, y es así que buscamos cauces para lo implícito, narraciones para lo inacabado. Pero la luz no tiene / signos, no se pronuncia, / ni siquiera se toca. Lo ignoto permanecía sumergido y nosotros pensábamos que en lo hondo no habría nada. Y sin embargo fluye y se aproxima bajo la piel, compartiendo el espacio de lo posible. Sólo a veces adquiere un aspecto familiar, reconocible -los médicos decimos síntoma-, y esto ocurre, precisamente, cuando aflora en superficie y recobra el sentido de la corporalidad: hay quien oye una voz, quien habla entre sueños, quien sale incluso de su propia forma y se observa en un mundo que ya no es el suyo. Y entonces lo real se desdobla, convive con su homólogo, y nos parece que el signo deviene en órgano, y el órgano, signo. [seguir leyendo…]
Las dimensiones metafóricas de la conciencia | Marc-Williams Debono
Cuando abordamos el misterio de la conciencia tropezamos de inmediato con el principio del conocimiento. A simple vista, no hay más que una fuente de conocimiento objetivo, basada en la percepción continua que nos proporcionan nuestros órganos sensoriales. Si observamos más cerca, aparecen diferentes umbrales de realidad, que el poeta siempre ha captado, que hoy por primera vez el hombre de ciencia aborda abiertamente. De este reconocimiento se desencadena una auténtica encrucijada ontológica donde se articulan complejas metáforas fugaces, pero susceptibles de derivar -de ascender a la conciencia- en escalas de apreciación de la calidad de lo percibido. Estas "visiones" ponen a prueba un cerebro poco habituado a tales destellos y un tanto sorprendido de que el "yo" juegue al tránsfuga, transgrediendo por algunas millonésimas de segundo la historia en tiempo real del individuo. ¿Qué ha ocurrido? En el fondo nada. Es decir que no hay ninguna traducción que se pueda expresar de esta transformación, de este instante mágico para el individuo e impalpable para los otros. Así, nos inclinamos pronto por la locura o el genio, según el contexto analítico donde el hombre evoluciona. En los dos casos, se trata sin embargo de un mismo "síndrome": el primero es esquizofrénico, ha roto la barrera de cierta realidad, el segundo es esquizoide, ha transgredido esta misma realidad, pero extrayendo los qualia embrionarios, que al relacionarse con una sintaxis métrica perfectamente establecida -como el alfabeto o el lenguaje algorítmico-, hacen emerger un significado. Es el principio del descubrimiento o de la creación. [seguir leyendo…]
Cuando abordamos el misterio de la conciencia tropezamos de inmediato con el principio del conocimiento. A simple vista, no hay más que una fuente de conocimiento objetivo, basada en la percepción continua que nos proporcionan nuestros órganos sensoriales. Si observamos más cerca, aparecen diferentes umbrales de realidad, que el poeta siempre ha captado, que hoy por primera vez el hombre de ciencia aborda abiertamente. De este reconocimiento se desencadena una auténtica encrucijada ontológica donde se articulan complejas metáforas fugaces, pero susceptibles de derivar -de ascender a la conciencia- en escalas de apreciación de la calidad de lo percibido. Estas "visiones" ponen a prueba un cerebro poco habituado a tales destellos y un tanto sorprendido de que el "yo" juegue al tránsfuga, transgrediendo por algunas millonésimas de segundo la historia en tiempo real del individuo. ¿Qué ha ocurrido? En el fondo nada. Es decir que no hay ninguna traducción que se pueda expresar de esta transformación, de este instante mágico para el individuo e impalpable para los otros. Así, nos inclinamos pronto por la locura o el genio, según el contexto analítico donde el hombre evoluciona. En los dos casos, se trata sin embargo de un mismo "síndrome": el primero es esquizofrénico, ha roto la barrera de cierta realidad, el segundo es esquizoide, ha transgredido esta misma realidad, pero extrayendo los qualia embrionarios, que al relacionarse con una sintaxis métrica perfectamente establecida -como el alfabeto o el lenguaje algorítmico-, hacen emerger un significado. Es el principio del descubrimiento o de la creación. [seguir leyendo…]
Experiencia estética/Estados de consciencia psicodélicos | Pierre-Lois Patoine
En Las variedades de la experiencia religiosa, William James escribió: "La sobriedad disminuye, discrimina y dice no; la borrachera expande, integra y dice sí". Un siglo después, los estudios realizados con técnicas de neuroimagen demuestran que las drogas psicodélicas, como la psilocibina, la ayahuasca o el LSD, también "expanden, integran y dicen sí": desestabilizan la actividad cerebral habitual expandiendo y uniendo patrones que normalmente son distintos, provocando "la supresión de la segregación de las redes y su desintegración". El cerebro psicodélico está desinhibido y menos preparado para filtrar las señales espontáneas del interior o los estímulos irrelevantes del exterior. Pero para que un organismo pueda actuar eficazmente debe discriminar entre los estímulos relevantes y los irrelevantes, debe jerarquizar las sensaciones. Las substancias psicodélicas, al desactivar estos mecanismos, lo convierten en un organismo no apto y menos competitivo; ponen el cerebro en modo estético. De hecho, la experiencia estética disocia la sensación de la acción: podemos sentir miedo cuando miramos una película de terror, pero no por ello nos vamos a escapar. [seguir leyendo…]
En Las variedades de la experiencia religiosa, William James escribió: "La sobriedad disminuye, discrimina y dice no; la borrachera expande, integra y dice sí". Un siglo después, los estudios realizados con técnicas de neuroimagen demuestran que las drogas psicodélicas, como la psilocibina, la ayahuasca o el LSD, también "expanden, integran y dicen sí": desestabilizan la actividad cerebral habitual expandiendo y uniendo patrones que normalmente son distintos, provocando "la supresión de la segregación de las redes y su desintegración". El cerebro psicodélico está desinhibido y menos preparado para filtrar las señales espontáneas del interior o los estímulos irrelevantes del exterior. Pero para que un organismo pueda actuar eficazmente debe discriminar entre los estímulos relevantes y los irrelevantes, debe jerarquizar las sensaciones. Las substancias psicodélicas, al desactivar estos mecanismos, lo convierten en un organismo no apto y menos competitivo; ponen el cerebro en modo estético. De hecho, la experiencia estética disocia la sensación de la acción: podemos sentir miedo cuando miramos una película de terror, pero no por ello nos vamos a escapar. [seguir leyendo…]
El estudio cognitivo de la literatura y sus aportaciones al estudio de la conciencia | Isabel Jaén Portillo
Desde hace varias décadas asistimos a un fructífero diálogo entre humanistas y científicos acerca del ser humano y sus manifestaciones culturales. Este intercambio ha cristalizado, entre otros ámbitos, en el estudio cognitivo de la literatura o los estudios cognitivo-literarios. Críticos, psicólogos, lingüistas, neurólogos y otros investigadores han participado juntos en proyectos que nos han ayudado a comprender la necesidad de aproximarse a temas tan complejos como la conciencia desde una perspectiva múltiple. Iniciativas como el congreso Literature and Cognitive Science realizado en la Universidad de Connecticut Storrs en 2006, el primero en su género, sirvieron para consolidar esta perspectiva. Este importante encuentro y otros que le siguieron propiciaron colaboraciones que más tarde maduraron para integrar proyectos como Cognitive Literary Studies. Se ha evidenciado, además, desde el campo -o interfaz de conocimiento, como muchos prefieren llamarlo- de los estudios cognitivo-literarios, la necesidad de integrar no sólo áreas de conocimiento sino también parámetros ópticos. Surge así en los años noventa el reclamo de "historizar" o considerar el objeto de estudio literario en su contexto histórico, unir sincronía y diacronía. No se trata solamente de trazar las representaciones de la conciencia que un autor lleva a cabo en sus mundos de ficción, sino también y fundamentalmente de conectar dichas representaciones o modelos de conciencia con el universo epistemológico que los alumbra. Proyectos como Cognitive Approaches to Early Modern Spanish Literature se centran en la osmosis existente entre los discursos literarios y científicos de una determinada era, ayudándonos a reflexionar sobre esa artificial separación entre las ciencias y las humanidades que aún persiste hoy y se combate con esfuerzos transdisciplinares. [seguir leyendo…]
Desde hace varias décadas asistimos a un fructífero diálogo entre humanistas y científicos acerca del ser humano y sus manifestaciones culturales. Este intercambio ha cristalizado, entre otros ámbitos, en el estudio cognitivo de la literatura o los estudios cognitivo-literarios. Críticos, psicólogos, lingüistas, neurólogos y otros investigadores han participado juntos en proyectos que nos han ayudado a comprender la necesidad de aproximarse a temas tan complejos como la conciencia desde una perspectiva múltiple. Iniciativas como el congreso Literature and Cognitive Science realizado en la Universidad de Connecticut Storrs en 2006, el primero en su género, sirvieron para consolidar esta perspectiva. Este importante encuentro y otros que le siguieron propiciaron colaboraciones que más tarde maduraron para integrar proyectos como Cognitive Literary Studies. Se ha evidenciado, además, desde el campo -o interfaz de conocimiento, como muchos prefieren llamarlo- de los estudios cognitivo-literarios, la necesidad de integrar no sólo áreas de conocimiento sino también parámetros ópticos. Surge así en los años noventa el reclamo de "historizar" o considerar el objeto de estudio literario en su contexto histórico, unir sincronía y diacronía. No se trata solamente de trazar las representaciones de la conciencia que un autor lleva a cabo en sus mundos de ficción, sino también y fundamentalmente de conectar dichas representaciones o modelos de conciencia con el universo epistemológico que los alumbra. Proyectos como Cognitive Approaches to Early Modern Spanish Literature se centran en la osmosis existente entre los discursos literarios y científicos de una determinada era, ayudándonos a reflexionar sobre esa artificial separación entre las ciencias y las humanidades que aún persiste hoy y se combate con esfuerzos transdisciplinares. [seguir leyendo…]
El cerebro de mi padre | Jorge Volpi
Si pienso en mi padre lo primero que me viene a la mente no es su cuerpo, ni siquiera sus ojos o sus manos, sino algo más etéreo e indefinible, algo también más cercano y entrañable. Pero, ¿qué? ¿Su forma de ser? ¿Su carácter, su personalidad, su mente? ¿Su conciencia? ¿Su yo? Palabras dúctiles e imprecisas porque carecen de sustrato material. Si las fotografías al menos nos conceden una pálida réplica de quienes se han marchado, nada o casi nada -a excepción de las cartas o diarios, aunque conservo muy pocos escritos de mi padre- permite adentrarse en el interior de otra persona. ¿Pero qué diablos es esa vida interior que se desvanece con la muerte? Una pregunta más drástica: ¿y si nuestra vida mental solo derivase del comportamiento de nuestras neuronas y células gliales y de los átomos, iones y moléculas que las animan y construyen? Formulada en estos términos por Francis Crick, su "sorprendente hipótesis" provoca el mismo desasosiego que la teoría de la evolución y apenas se aleja de la muerte de dios anunciada por Nietzsche. De manera más provocadora: ¿y si yo, y el mundo que me rodea, no estuviese en otro lugar que aquí -me señalo la sien-, en las cavernas de mi cráneo? ¿Y si nosotros, todos nosotros, no fuésemos sino nuestros cerebros? Sin empeñarnos en negar la realidad, esa miríada de átomos en perpetua agitación con la que jamás tendremos contacto directo, la "sorprendente hipótesis" implica que el conjunto de nuestra experiencia permanece enclaustrada en esa gelatina de neuronas. Yo, sea lo que fuere ese "yo", estoy allí, sólo allí. [seguir leyendo…]
Si pienso en mi padre lo primero que me viene a la mente no es su cuerpo, ni siquiera sus ojos o sus manos, sino algo más etéreo e indefinible, algo también más cercano y entrañable. Pero, ¿qué? ¿Su forma de ser? ¿Su carácter, su personalidad, su mente? ¿Su conciencia? ¿Su yo? Palabras dúctiles e imprecisas porque carecen de sustrato material. Si las fotografías al menos nos conceden una pálida réplica de quienes se han marchado, nada o casi nada -a excepción de las cartas o diarios, aunque conservo muy pocos escritos de mi padre- permite adentrarse en el interior de otra persona. ¿Pero qué diablos es esa vida interior que se desvanece con la muerte? Una pregunta más drástica: ¿y si nuestra vida mental solo derivase del comportamiento de nuestras neuronas y células gliales y de los átomos, iones y moléculas que las animan y construyen? Formulada en estos términos por Francis Crick, su "sorprendente hipótesis" provoca el mismo desasosiego que la teoría de la evolución y apenas se aleja de la muerte de dios anunciada por Nietzsche. De manera más provocadora: ¿y si yo, y el mundo que me rodea, no estuviese en otro lugar que aquí -me señalo la sien-, en las cavernas de mi cráneo? ¿Y si nosotros, todos nosotros, no fuésemos sino nuestros cerebros? Sin empeñarnos en negar la realidad, esa miríada de átomos en perpetua agitación con la que jamás tendremos contacto directo, la "sorprendente hipótesis" implica que el conjunto de nuestra experiencia permanece enclaustrada en esa gelatina de neuronas. Yo, sea lo que fuere ese "yo", estoy allí, sólo allí. [seguir leyendo…]
That's the question: La conciencia según Erwin Schrödinger | Clara Janés
En el poema "La voz humana", Vladimír Holan, dice: "La piedra y la estrella no nos imponen su música, / las flores callan, las cosas parece que oculten algo. / Los animales niegan en sí por nuestra causa / la armonía de la inocencia y el misterio", para concluir que nosotros sentimos miedo, no vemos a nuestro prójimo ni "en la fecunda luz" y "aterrados hasta un conjuro violento / gritamos: ¿Estás ahí? ¡Habla!". ¿Quién puede afirmar hoy que la piedra o la estrella o la flor no nos imponen su resonancia, si consideramos, como dijo Levinas, que ser es manifestación?
Ser es manifestación y vivir es en primer término un intercambio con el aire -el aliento vital, verdadero único Dios para el autor de la Gran Upanishad del Bosque- y, en segundo término con cuanto nos rodea de modo puntual, en un espacio-tiempo concreto. El mero existir, pues, comporta intercambio, un diálogo en el cual la respuesta puede estar por encima de la voluntad de respuesta y no se concreta necesariamente en voz, basta el estar. Parece, pues, claro que es cosa de un "uno" y un "otro" (sujeto y objeto), que al hallarse frente a frente, además, sea como sea, dan pie a la conciencia.
El concepto de conciencia clásico da un vuelco con la aparición de la mecánica cuántica, y concretamente con la interpretación de Copenhague, formulada por Niels Bohr y apuntalada por Werner Heisenberg con su principio de incertidumbre. Un año antes de que ésta se produjera, Erwin Schrödinger, había publicado su ecuación de ondas, tan importante, precisamente, para la cuántica. Con ella expresaba matemáticamente una posibilidad -de hallar el electrón-. Considerándose optimista, no acababa de aceptar lo que Bohr y Heisenberg proclamaban: se trataba de una imposibilidad (de conocer la partícula - combinación de posición y velocidad- pues la observación colapsa su función de onda, lo que comporta que la observación crea lo observado). Inquietante, sin embargo, debió resultar para él que el principio de Heisenberg también pudiera derivarse de su ecuación. [seguir leyendo…]
En el poema "La voz humana", Vladimír Holan, dice: "La piedra y la estrella no nos imponen su música, / las flores callan, las cosas parece que oculten algo. / Los animales niegan en sí por nuestra causa / la armonía de la inocencia y el misterio", para concluir que nosotros sentimos miedo, no vemos a nuestro prójimo ni "en la fecunda luz" y "aterrados hasta un conjuro violento / gritamos: ¿Estás ahí? ¡Habla!". ¿Quién puede afirmar hoy que la piedra o la estrella o la flor no nos imponen su resonancia, si consideramos, como dijo Levinas, que ser es manifestación?
Ser es manifestación y vivir es en primer término un intercambio con el aire -el aliento vital, verdadero único Dios para el autor de la Gran Upanishad del Bosque- y, en segundo término con cuanto nos rodea de modo puntual, en un espacio-tiempo concreto. El mero existir, pues, comporta intercambio, un diálogo en el cual la respuesta puede estar por encima de la voluntad de respuesta y no se concreta necesariamente en voz, basta el estar. Parece, pues, claro que es cosa de un "uno" y un "otro" (sujeto y objeto), que al hallarse frente a frente, además, sea como sea, dan pie a la conciencia.
El concepto de conciencia clásico da un vuelco con la aparición de la mecánica cuántica, y concretamente con la interpretación de Copenhague, formulada por Niels Bohr y apuntalada por Werner Heisenberg con su principio de incertidumbre. Un año antes de que ésta se produjera, Erwin Schrödinger, había publicado su ecuación de ondas, tan importante, precisamente, para la cuántica. Con ella expresaba matemáticamente una posibilidad -de hallar el electrón-. Considerándose optimista, no acababa de aceptar lo que Bohr y Heisenberg proclamaban: se trataba de una imposibilidad (de conocer la partícula - combinación de posición y velocidad- pues la observación colapsa su función de onda, lo que comporta que la observación crea lo observado). Inquietante, sin embargo, debió resultar para él que el principio de Heisenberg también pudiera derivarse de su ecuación. [seguir leyendo…]
Breves apuntes sobre la relación entre la conciencia del objeto creado y la de su creador | JoséAgustín HayadelaTorre
Si fuera la página en blanco, si la página en blanco fuera el trazo de la enunciación y ésta rozara la expresión de la idea pensada, ¿en qué medida retorna a nuestro eje vital; es esa la palabra deseada? ¿La combinación de palabras transmitirá la imagen pretendida? ¿Quién ejerce la emoción en la construcción: lo anhelado o el objeto conseguido? ¿O es la erótica de ese conjunto quien me construye o me reinventa? He aquí un punto de desprendimiento: ese objeto ya no me pertenece, pero sigo siendo yo. Las marcas de mi identidad, la lectura social-económica-política son parte, ahora, de su identidad. La simbología de mi mundo es suyo y ahí se reinventa: simbiosis y transmutación de los símbolos. ¿Hasta dónde puedo leerme, verme, interpretarme?
Entonces, aléjate del objeto. Tanto él y tú sobrellevarán mejor la emoción primigenia y establecerán un diálogo donde la corrección de uno, añadidos o supresiones, los renovarán independientemente. Serán más precisos el uno para el otro, aunque distanciados. Y ese es el silencio, prístino, lúcido, resplandeciente en el que se diluyen -liquidan- la simbiosis creador/creado, pues cada uno es otro después de esa creación, a pesar de que la existencia de uno se encuentre atada a la del otro: la pretensión de nuestras emociones racionalizadas guiaron la asociación entre la pluma y la tinta, pero ya el pulso no es nuestro. Ese objeto impone su ritmo; inflexión, quiebre, nuevo silencio. El objeto del ser es la "desaprehensión", la consciencia que tradujo el impulso en un acto, en una personificación ya independiente de nosotros. Y en ella solo vivimos en los límites, pues esta se transforma y dialoga con sus propios sentidos de donde emerge un nuevo texto. [seguir leyendo…]
Si fuera la página en blanco, si la página en blanco fuera el trazo de la enunciación y ésta rozara la expresión de la idea pensada, ¿en qué medida retorna a nuestro eje vital; es esa la palabra deseada? ¿La combinación de palabras transmitirá la imagen pretendida? ¿Quién ejerce la emoción en la construcción: lo anhelado o el objeto conseguido? ¿O es la erótica de ese conjunto quien me construye o me reinventa? He aquí un punto de desprendimiento: ese objeto ya no me pertenece, pero sigo siendo yo. Las marcas de mi identidad, la lectura social-económica-política son parte, ahora, de su identidad. La simbología de mi mundo es suyo y ahí se reinventa: simbiosis y transmutación de los símbolos. ¿Hasta dónde puedo leerme, verme, interpretarme?
Entonces, aléjate del objeto. Tanto él y tú sobrellevarán mejor la emoción primigenia y establecerán un diálogo donde la corrección de uno, añadidos o supresiones, los renovarán independientemente. Serán más precisos el uno para el otro, aunque distanciados. Y ese es el silencio, prístino, lúcido, resplandeciente en el que se diluyen -liquidan- la simbiosis creador/creado, pues cada uno es otro después de esa creación, a pesar de que la existencia de uno se encuentre atada a la del otro: la pretensión de nuestras emociones racionalizadas guiaron la asociación entre la pluma y la tinta, pero ya el pulso no es nuestro. Ese objeto impone su ritmo; inflexión, quiebre, nuevo silencio. El objeto del ser es la "desaprehensión", la consciencia que tradujo el impulso en un acto, en una personificación ya independiente de nosotros. Y en ella solo vivimos en los límites, pues esta se transforma y dialoga con sus propios sentidos de donde emerge un nuevo texto. [seguir leyendo…]
Salvando las distancias entre el arte y la ciencia | Julia Buntaine
El arte y la ciencia plantean esas preguntas esenciales que todos nos hacemos: ¿quiénes somos? ¿por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? ¿a dónde vamos? Como artista y fundadora de SciArt, la conexión que existe en relación con estas preguntas fundamentales, entre el arte y la ciencia es la base que sustenta mi trabajo.
Accedí al mundo artístico-científico cuando estudiaba en el Hampshire College, donde cursé las especialidades de neurociencia y escultura. Mi incapacidad para elegir entre una y otra me llevó a crear arte basado en la neurociencia. Y así el cerebro se convirtió en mi musa. Si bien al principio fue una manera de explorar mis dos inclinaciones en la forma que mejor me convenía, enseguida comprobé que mi trabajo era parte de un diálogo cultural mucho más amplio sobre la relación entre ciencia y arte, iniciado por todos aquellos que aspiran a salvar ese abismo que tradicionalmente los ha mantenido separados. Con la creación de SciArt -una revista y un centro para la organización de eventos- llené un hueco que a mi entender existía en este tipo de actividades en la ciudad de Nueva York y en Estados Unidos en general. El SciArt promueve y apoya la convergencia de la ciencia y el arte como socios culturales. Dado que ambas amplían las fronteras de la capacidad humana, necesitamos que tanto la ciencia como el arte trabajen juntos para enfocar y resolver holísticamente los desafíos y las oportunidades que ofrece el siglo XXI.
El arte basado en la ciencia es una forma magnífica de salvar las distancias entre la ciencia y el arte pues crea una relación directa de respeto mutuo entre ambas disciplinas al tiempo que las acerca al público. El cerebro es un territorio especialmente adecuado para el arte, mientras que la neurociencia, una disciplina relativamente nueva, se ha convertido en un tema de actualidad. En mi opinión, la cuestión más interesante es el cerebro, puesto que nos proporciona la experiencia del mundo exterior mientras compone nuestra narración personal del mundo interior. Desde la belleza de las formas neurobiológicas hasta los mecanismos del sistema visual y los matices de la conciencia, mi trabajo artístico aborda diversos aspectos del cerebro en obras de dos y tres dimensiones. [seguir leyendo…]
El arte y la ciencia plantean esas preguntas esenciales que todos nos hacemos: ¿quiénes somos? ¿por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? ¿a dónde vamos? Como artista y fundadora de SciArt, la conexión que existe en relación con estas preguntas fundamentales, entre el arte y la ciencia es la base que sustenta mi trabajo.
Accedí al mundo artístico-científico cuando estudiaba en el Hampshire College, donde cursé las especialidades de neurociencia y escultura. Mi incapacidad para elegir entre una y otra me llevó a crear arte basado en la neurociencia. Y así el cerebro se convirtió en mi musa. Si bien al principio fue una manera de explorar mis dos inclinaciones en la forma que mejor me convenía, enseguida comprobé que mi trabajo era parte de un diálogo cultural mucho más amplio sobre la relación entre ciencia y arte, iniciado por todos aquellos que aspiran a salvar ese abismo que tradicionalmente los ha mantenido separados. Con la creación de SciArt -una revista y un centro para la organización de eventos- llené un hueco que a mi entender existía en este tipo de actividades en la ciudad de Nueva York y en Estados Unidos en general. El SciArt promueve y apoya la convergencia de la ciencia y el arte como socios culturales. Dado que ambas amplían las fronteras de la capacidad humana, necesitamos que tanto la ciencia como el arte trabajen juntos para enfocar y resolver holísticamente los desafíos y las oportunidades que ofrece el siglo XXI.
El arte basado en la ciencia es una forma magnífica de salvar las distancias entre la ciencia y el arte pues crea una relación directa de respeto mutuo entre ambas disciplinas al tiempo que las acerca al público. El cerebro es un territorio especialmente adecuado para el arte, mientras que la neurociencia, una disciplina relativamente nueva, se ha convertido en un tema de actualidad. En mi opinión, la cuestión más interesante es el cerebro, puesto que nos proporciona la experiencia del mundo exterior mientras compone nuestra narración personal del mundo interior. Desde la belleza de las formas neurobiológicas hasta los mecanismos del sistema visual y los matices de la conciencia, mi trabajo artístico aborda diversos aspectos del cerebro en obras de dos y tres dimensiones. [seguir leyendo…]